Ojalá
Desde hace algunos años se ha formulado una pregunta que se diluye con rapidez cuando la realidad termina por imponer sus signos que, sin duda, van mucho más allá de cualquier bandera política. Un cuestionamiento que apunta directamente a lo que, como sociedad, hemos dejado de hacer para permitir que los gobiernos en turno actúen con la displicencia que sólo la impunidad y el cinismo permiten. ¿En dónde radica esa permisividad o, quizá, esa indiferencia que se constituye como el motor que anima el actuar de la cortesilla política que se distingue en nuestro país? La respuesta tiene muchas aristas que nos deberían alejar de conclusiones basadas en observaciones llenas de simplonería, prejuicios y miopía. Lo importante es subrayar que esas respuestas las conocen muy bien quienes hoy se constituyen como los engranajes del poder. Saben y entienden que su retórica, que sus discursos perfectamente estudiados han sabido apuntar a la sensibilidad de una sociedad que, a fin de cuentas, padeció décadas de injusticia, corrupción, injusticia y el cinismo de una caterva de políticos que definieron la historia de nuestro país durante más de 70 años. Palabras que hallan terreno fértil en la frustración y el enojo, en la rabia que implicaron gobiernos que, en la mayoría de los casos, sólo buscaron satisfacer sus propios intereses: no es gratuito percatarse que la red de corrupción que hoy se sigue observando en el actual gobierno es producto de un fino trabajo llevado a cabo durante décadas. Vaya que la caricatura de carácter político, con sus críticas y señalamientos puntuales, nos regaló el retrato de quienes protagonizaron semejante calamidad: políticos corruptos, “charrismo” sindical, chapulines, nepotismo en todos los niveles de gobierno, compadrazgos, autoritarismo, paternalismo y el más acendrado presidencialismo. Pura y simple caricatura. Así, las preguntas iniciales se acentúan cuando nos llegamos a percatar que esa estructura es la misma –aunque más aceitada y afinada– que sostiene al actual gobierno y a su predecesor. Quizá son más poderosas la costumbre y la indiferencia que exigir aquello que nos permita dignificar el vínculo con nuestras y nuestros gobernantes. Quizá haya sido suficiente con incendiar la retórica maniquea y consolidar los alcances de los programas sociales en los momentos más oportunos. Y, sin embargo, ojalá fuera suficiente con lanzar consignas al por mayor, ondear banderas sindicales y denostar a cualquier tipo de crítica para que la realidad, en automático, fuera distinta. En efecto, no faltara quien pueda argumentar que en tan sólo siete años podría cambiar el rostro del país. No obstante, esas eran las promesas que se formularon hace casi ocho años. Más allá de las felices interpretaciones estadísticas, lo que se llega a observar es que es más importante el discurso, el que enciende las pasiones e inflama la retórica, que la exigencia de, por ejemplo, un trato digno, oportuno y eficaz en todas las unidades de salud del país o que se cubran las necesidades de medicamentos para enfermedades como el cáncer. Sólo por colocar en la mesa un ejemplo que tenemos muy de cerca y del cual pareciera que esa terrible situación fuera lo más normal posible. Sí, preguntas iniciales que hablan mucho acerca de la sociedad que hemos llegado a constituir y, por supuesto, de la cortesilla política que ha definido el devenir de nuestra historia como país. Ojalá hubiera sido suficiente creer en figuras de un bronce oxidado. Ojalá todo se limitara a lanzar consignas en los mítines. Ojalá todo fuera tan elemental como un acto de fe para que la realidad tomara otro derrotero, un camino de justicia, paz y desarrollo. Sin embargo, sabemos que al elenco protagónico del poder sólo se han sumado nuevos nombres e historias que dejarían perplejo a cualquiera que entendiera lo que es la legalidad. Pero no nos quedemos en la epidermis: las preguntas incluyen a una oposición cifrada en partidos políticos inoperantes, cómodos testigos y silentes cómplices. A fin de cuentas, no es raro observar que son como el hábitat más adecuado para el crecimiento de los oportunos chapulines, esos bichitos que entienden muy bien en dónde se encuentra la posibilidad de la riqueza personal. Y, sin embargo, creer que en la misma sociedad no existen las opciones para generar diferentes respuestas ante las preguntas iniciales es invalidar esa libertad que tanto trabajo costó obtener y defender. El trabajo y las decisiones están delante de nosotras y nosotros. Columnista: Carlos CarranzaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
Excelsior2025/12/07 14:59