Mami Goda, ensayista japonesaMami Goda, ensayista japonesa

Viaje a las entrañas de Japón, de la mano de una esteta que ya es argentina

2025/12/07 11:01

El plano está dividido en dos. Sobre el tercio de abajo, en una base que podría ser una mesa –color rosa o durazno–, hay apoyado un jarrón del que salen ramas con hojas y flores. Son tallos de malvón, del más clásico y vívido: de un rojo encendido que crece hacia arriba y se apoya en un azul mate que ocupa los otros dos tercios del plano. Es un cuadro; también la tapa del libro Mitate: mirar, mudar y mutar (Editorial Excursiones), de la ensayista japonesa Mami Goda, que vive en el país desde 2009.

Si bien nació en Japón en 1979, llegó a este sur después de haber estudiado Estética en Francia, donde hizo amigos argentinos y se enamoró de un argentino que conoció allá, su esposo. Hablaba español, pero no tanto. “Hice un curso de dos meses en la UBA. Mi oído estaba acostumbrado. Era muy parecido al francés y con un libro estudié gramática, entendí, y llegaba a comunicarme”.

A partir de ese término tan de su cultura de origen, una primera definición dice que el mitate es comparar A con B. Pero, claro, no es cualquier comparación, sino que refiere más bien al orden de lo simbólico. La autora lo cuenta así: “Es pensarlo a través de una analogía, ver una cosa como otra. Por ejemplo, plato redondo blanco: luna llena”. Es una forma de mirar, de pensar.

Mami Goda, ensayista japonesa

“Siempre me gusta elegir lo que tiene que ver con la estética. Tiene que ver con lo bello, la belleza. Me especialicé en eso. Es un poco lo que me interesa: cómo uno puede incorporar lo bello en su día a día”. Con prólogo de la docente de la UBA y traductora Amalia Sato, quien es nieta de japoneses, la entrada a lo que Goda propone en palabras de Sato se lee así: “Japón no es milenario ni está de moda, repitámoslo: se pone en acción cuando leemos”. Ese prólogo al libro se detiene en los detalles.

“Las vitrinas de las confiterías en el subsuelo de una gran tienda, el padre de pie con aire victorioso sobre una pequeña colina artificial, los sinuosos fideos de una sopa de verano. Cosas que llaman la atención de una japonesa, estudiosa de Estética, que vive en Buenos Aires desde hace quince años, al otro lado del mundo, donde ha formado una familia, justo en las antípodas de las islas que los portugueses llamaban la ‘pestaña del mundo’”. Siguiendo ese hilo, este libro propone detener la mirada. Eso: ver y construir algo, a partir de lo dado.

Mami parece un seudónimo, un apodo cariñoso de lo maternal. Pero no tiene nada que ver con eso. De manera que, cuando a Goda se le pregunta sobre eso que acá, en la Argentina, suena tan a diminutivo afectuoso, se impone la aclaración. Entonces, sobre su nombre cuenta: “Allá tenemos una expresión para eso, que se dice okasan o mamá. Nunca mami”. Pasa en limpio, para dejar bien en claro que se trata de su nombre real. Alcanza con preguntarle sobre su historia, su identidad, para que Japón aparezca.

“Mi nombre se escribe con hiragana, que son las letras fonéticas. No tiene significado, solo sonidos. Por alguna razón, mis padres eligieron escribir con esas letras y no con ideogramas chinos, pero si los hubieran elegido, significaría verdadera belleza. No se ve, porque decidieron que fuera más abstracto, solo sentido de sonido, no de significado”. Sobre su historia, los datos dicen que nación en Ashiya, Japón. Obtuvo la licenciatura en Filosofía en su país natal. Porque también están los otros países a los que también los hizo un poco suyos: Francia –donde tiene amigos y conoció a su marido– y Argentina –donde vive con su marido y su hijo.

Fue a estudiar Estética a París. De ahí obtuvo el título de Magister en Filosofía de la Sorbona y su primer ciclo en la Escuela del Louvre. Para alguien especializada en ese rubro tan del arte, entrar a ese museo era un sueño cumplido. Algo de esos años, está también en el libro de Mami Goda.

Entre capítulo y capítulo del ensayo, hay dibujos en blanco y negro que son de la autora. “Las ilustraciones son mías. Me animé también con eso (ríe). Cuando estaba en Francia, yo tenía pase libre al Louvre. Iba como amateur a dibujar esculturas. También hacía cerámica. Todo lo que tenía que ver con lo cotidiano: hacer mis platos, tazas”. Dice esto y subraya, sin ser explícita, su idea sobre lo bello en las formas de lo cotidiano.

El ejercicio del mitate confiesa que lleva tiempo en ella. “Me gustó desde siempre comparar cosas. Desde chica. Por ejemplo: conozco a alguien y le digo que se parece a alguien. Mientras comparo, aunque concluya que son diferentes, los uno. Cosas que parecen opuestas, mientras comparo están en mi espacio de mente, que es el único”.

Así como lo cuenta, parece un pasaje constante entre la abstracción y la analogía, que lo lleva a su plano más personal. “En este libro también hago comparaciones entre Japón y la Argentina. Japón tiene cosas que no tiene la Argentina, y al revés. Para mí, venir acá era algo de mucha libertad: el tiempo. Uno le da importancia a su propio tiempo. En Japón, muchos dicen que viven para trabajar y acá trabajan para vivir”.

Construido por siete capítulos –y el prólogo de Sato–, el libro es una puerta de entrada a todos los Japón posibles: el de las naturalezas o materialidades humanas, las artes, el espíritu, y así. “El monte Fuji y sus transmutaciones” es el primero, con el que abre. Entonces, se lee: “Se me cruza la imagen del Fuji rojo y enfurecido del sexto sueño del cineasta Akira Kurosawa, pero también recuerdo las galletitas Fuji de distintos sabores o la goma de borrar que se convierte en este monte a medida que se gasta. El culto al Fuji se sitúa en este curioso cruce entre romanticismo y popularismo, la reverencia y la simpatía o la ética y la diversión”, dice la autora.

A propósito del mitate, debajo de este texto, sobre el blanco de la página, hay tres dibujos hechos por Mami Goda. En el centro de la hoja y en vertical, uno encima del otro se ve: la cima del monte Fuji, un triángulo, un abanico. Los otros seis capítulos llevan nombres más que significativos. Luego de “La sabiduría primitiva”, el tercero es “Metáforas del paladar”. Allí, entre otras cosas de las que habla, toma este ejemplo: el de ver en un langostino a un anciano.

“La analogía visual es la que conecta dos objetos distintos; uno real (el langostino) y otro ilusorio (el anciano). No obstante, no todas las personas podrían establecer esta vinculación, sobre todo si desconocen el contexto cultural que fundamenta ese simbolismo, o si no están relacionados con el origen léxico de nuestro pequeño personaje marino”, señala Mami Goda en el texto. Esto que ella marca destaca aún más el sentido del mitate en la cultura japonesa. En el mismo párrafo dice: “Sin tales conocimientos previos, tal vez la forma encorvada o los bigotes del langostino no evoquen, ni por asomo, la figura de un anciano. Es cierto eso de que `lo que sabemos o lo que creemos afecta cómo vemos las cosas´, como dice John Berger en su libro Modos de ver, de la misma manera que el no saber, o el no creer, nos deja en una situación de `no ver’”.

En cada capítulo hay dibujos en blanco y negro que fueron hechos por la autora. Pero, tanto en la tapa como en la contratapa –y sus reversos, la parte interna del libro–; se trata de reproducciones de obras de Julieta Oro. También de la artista, la yapa que trae el libro: dos ilustraciones en papel grueso, troquelado, como para enmarcar: Malvón (Florecer) que es el diseño de tapa y Una rosa en un vaso.

Además de las diferentes sumas de las artes visuales (las de Oro y las de Goda), hay mucho pie de página. Como si el libro, además de anidar en su concepto de la comparación, se extendiera acá y allá. En la solapa, por ejemplo, que es continuación de la tapa. Sobre las notas al pie, Mami Goda dice: “En este libro de Editorial Excursiones, aceptaron las notas al pie. Un lector puede no leer la nota al pie, pero a mí me gusta que una vez que uno mira esto (levanta una taza) como otra cosa, uno ya puede ir profundizando. La nota al pie da un poco más de información, más técnica tal vez. Una cosa como trivial, insignificante, podría ser una cosa aún más grande”.

De manera que, en el pie de página, a veces hay cita bibliográfica en castellano o en grafía japonesa, pero también una historia que baja de la principal. Por caso, la número 14, en el capítulo “Ready made del estilo wabi” sobre la ceremonia del té, según las siete reglas de Sen no Rikyū. “Preparar una agradable taza de té, colocar el carbón para que el agua hierva eficientemente, proporcionar una sensación de calor en el invierno y de frescura en el verano, arreglar las flores como si estuvieran en el campo, estar listo antes de tiempo, estar preparado en caso de lluvia, y actuar con la máxima consideración hacia los invitados”.

Ilustraciones de Mami GodaIlustraciones de Mami Goda

El origen

Antes del libro, estuvieron las charlas. Desde hace más de 10 años, Mami Goda está al frente de los cursos de Estética en el Centro Cultural Borges. “Cada clase –dice– tiene que ver con un concepto. En ese momento yo estaba interesada en mitate”. A una de esas charlas fue la poeta y editora Nurit Kasztelan que, junto a Sol Echevarría –también escritora, curadora, editora–, están al frente del sello Editorial Excursiones, desde 2012.

Es una editorial independiente dedicada al ensayo latinoamericano contemporáneo. “Durante la pandemia le propusimos a Mami Goda retomar algunas ideas y fragmentos de sus charlas públicas sobre estética japonesa, bajo un eje central para darle unidad y forma de libro”, subraya Kasztelan. Sobre lo particular que trae Goda, agrega: “Nos parecía que el hecho de que ella fuera japonesa, licenciada en Filosofía por una universidad francesa como La Sorbona y residente en la Argentina, le podía dar una mirada fresca y contemporánea a la diferencia cultural”.

Para alguien que tiene el japonés como su lengua madre, escribir en castellano es otro mundo. “Lo empecé en 2018 y frené –cuenta Mami Goda–. Durante un año y medio no pude escribir. Estuve ocupada. Es muy importante tener tiempo para poder sentarse”. En cuanto a los desafíos de la lengua, dice: “Me costaba mucho escribir en español. Hay cosas que me llegan en español, pero hay otras que en japonés. Lo que estaba en japonés, lo traducía. Y si no podía, porque era muy clara mi idea en japonés, le pedía ayuda a un amigo. Hay sujeto verbo predicado, pero hay matices del japonés y me costaba encontrar la palabra”.

Desde el punto de vista de las editoras, Kasztelan lo recuerda así: “Los tiempos del libro fueron más lentos, hubo muchas idas y vueltas, sumamos a nuestra edición la mirada de una correctora de estilo y algunas lecturas externas que pudieran aportar al pulido del material”.

Goda vive en Buenos Aires con su marido Juan Manuel y su hijo Luca. A ellos les agradece al final del libro. Sobre Mitate, mirar, mudar y mutar y pensando en los cruces culturales, la autora señala: “Creo que el libro le va a gustar a los japonófilos, pero mi intención es que lo lean los no japonófilos. Los que se interesan por tener otra inspiración artística, estética. A mis charlas vienen muchos diseñadores, arquitectos, artistas. Para la gente que es muy creativa quiero que sea una inspiración para su creatividad. Por eso me gusta escribir textos curatoriales. Yo no hago curaduría del espacio, pero me gusta escribir sobre obras. Cuando lo empecé (el libro), no tenía nada escrito, solo los materiales de las clases, pero soñaba con escribir un libro”.

El sentido de la comparación. El trabajo sobre dos lenguas; los pasajes entre una y otra hasta construir un sentido. Y una síntesis –conceptual, y de lugar–, sobre la que Mami Goda tiene otro mitate para desplegar. “Siempre mi intención es traer Japón a la Argentina. En la escena donde surge mi imaginación, mis juegos de imágenes a través de mitate, muchas veces es una escena porteña. En el fondo, esto me ayudó a traerlo acá. No extraño Japón porque hago esto: lo traigo acá”.

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