Prácticamente nadie habría encendido una vela por él hace dos años tras su derrota en la contienda por la candidatura de Morena. Hoy es un operador fundamental en el gobierno de la presidenta Sheinbaum y, por lo visto, de los más confiables, amén de una de las voces más convincentes. Ayer, Marcelo Ebrard nos explicó temprano en la radio que la decisión de imponerle altos aranceles a bienes terminados chinos, coreanos, hindúes, no era una medida política presionada por Trump, sino una cuestión económica y comercial. Una hora después, la Presidenta repitió el argumento con textualidad en Palacio Nacional. Marcelo nos explicó que se trataba de una acción quirúrgica para proteger a ciertos sectores nacionales (automotriz, textil, calzado…) y no de una aplicación generalizada de aranceles. La Presidenta detalló lo mismo una hora después. Y no es quién lo diga primero, sino que en el hiperestresado universo del comercio exterior 2025, el gobierno mexicano ha establecido —con Ebrard como ingeniero y portavoz— una política clara, lógica, que cuando menos ha evitado daños catastróficos. La Presidenta le entregó el puesto y el cargo y él los asumió, consciente de lo que esa confianza significaba. Ninguno de los dos, no ella, no él, se dio un balazo en el pie.
