Dedicado con cariño y admiración al gran RW. Abrazo compadre ! Hay una frase que se repite en el mundo de las startups —sobre todo en servicios tecnológicos— coDedicado con cariño y admiración al gran RW. Abrazo compadre ! Hay una frase que se repite en el mundo de las startups —sobre todo en servicios tecnológicos— co

Semana de aprendizajes para startups tecnológicas: crecer no es lo mismo que sobrevivir

Dedicado con cariño y admiración al gran RW. Abrazo compadre !

Hay una frase que se repite en el mundo de las startups —sobre todo en servicios tecnológicos— como si fuera un mantra: “escala o muere”. El problema es que, en la práctica, muchas empresas descubren tarde que crecer (más clientes, más mercados, más “features”) no garantiza resistir (margen, flujo de caja, cadena de suministro, defensa competitiva, regulación, ciclos de hardware, costos de soporte). En servicios tecnológicos, además, el crecimiento trae una paradoja: cada nueva promesa comercial suele convertirse en una nueva deuda operativa. Y ese “deber” —soportar, mantener, actualizar, integrar, asegurar, cumplir— es donde se desangran silenciosamente muchas historias que desde fuera lucían inevitables.

En software puro, a veces el costo marginal se acerca a cero. En tecnología física —robótica, dispositivos conectados, IoT— el costo marginal nunca se acerca a cero. Se parece más a una novela larga: cada capítulo nuevo arrastra personajes, dependencias y compromisos. Y cuando entra la competencia global con cadenas de manufactura ultra-eficientes, la startup no compite solo con un producto: compite contra ecosistemas logísticos, poder de compra, distribución y velocidad industrial.

iRobot, la empresa que convirtió la robótica doméstica en algo cotidiano para millones de personas, se acogió a protección por bancarrota (Chapter 11) en diciembre de 2025 como parte de un plan de reestructura y para pasar a manos privadas. Según reportes, la compañía será adquirida por su principal fabricante/acreedor, Shenzhen PICEA Robotics, dentro de ese proceso.

No es un detalle menor: cuando tu manufactura, tu cadena de suministro y tu músculo de costos están anclados a un socio industrial, ese socio puede convertirse —en tiempos de estrés financiero— en tu tabla de salvación… o en el dueño de la narrativa final.

Detrás de este desenlace hay una secuencia que muchos en la industria reconocen: la expectativa de un “rescate” corporativo que no llega. El intento de adquisición por Amazon, anunciado en 2022, se canceló en enero de 2024 tras presiones regulatorias y oposición, incluyendo en Europa; iRobot recibió una tarifa de terminación (reportada en múltiples coberturas) y además anunció recortes y reestructura.

Entre 2024 y 2025, la competencia en aspiradoras robot —particularmente de jugadores con cadenas industriales agresivas— y el peso de operar una compañía de hardware con soporte global terminaron por apretar el cuello: caja, deuda, inventarios, márgenes, velocidad de innovación, todo al mismo tiempo. La bancarrota, para algunos, es “final”; para otros, un “reinicio” bajo otra estructura.

Pero si vamos a hablar de iRobot con un poco de justicia histórica, hay que decir lo obvio: iRobot cambió el imaginario de la robótica. La llevó del laboratorio al piso de la sala, a la alfombra, a la vida cotidiana. Y ahí aparece Rodney Brooks: una de esas figuras raras que combinan visión técnica con una cualidad todavía más escasa en nuestro gremio: humildad intelectual.

Tengo un recuerdo personal que no olvidaré. En 1996 tuve la fortuna de conversar con Rodney; me explicó varias cosas con una claridad y una generosidad que no eran “postura”, eran carácter. Y en esa misma primera voz escuché una anécdota que, en tiempos de “fundadores rockstar”, vale más que mil pitch decks: la sorpresa de su mamá cuando supo que el pequeño Rodney había estudiado tanto… para terminar “vendiendo aspiradoras”. No como burla: como la ironía tierna de quien esperaba otra épica, sin entender aún que hacer robótica útil era precisamente una ídem.

Esa historia es una brújula moral. Porque revela algo profundo: la verdadera innovación tecnológica no siempre se parece a la ciencia ficción. A veces se parece a un electrodoméstico. Y eso, para un investigador serio, puede ser el máximo elogio: convertir lo imposible en rutina.

La bancarrota de iRobot no es un “jaque mate” a la robótica, sino una radiografía cruda del entorno en el que hoy intentan crecer las empresas tecnológicas: un recordatorio de que el producto no es la empresa y de que incluso un ícono puede perder la guerra de costos, tiempos y distribución. En tecnología física, hardware + software + servicio es un verdadero triatlón; sin la caja suficiente para sostener actualizaciones, soporte y garantías, el éxito inicial se convierte rápidamente en un pasivo.

A ello se suma que la regulación y la competencia dejaron de ser ruido de fondo para convertirse en fuerzas decisivas que pueden llevar una historia hacia la adquisición, la reestructura o incluso la venta forzada, como han mostrado los procesos recientes ante la Federal Trade Commission. Y, finalmente, está la velocidad: en mercados hipercompetitivos, la innovación también se atrasa, y llegar tarde a capacidades clave —navegación, mapeo, integración— se paga con participación de mercado y con margen, una lección que hoy recorre toda la industria, como bien ha documentado The Verge.

Y, sin embargo, aquí viene la parte que me interesa subrayar con admiración: una bancarrota - como la de la mayoría de los grandes emprendedores - no borra el impacto cultural y técnico. Si hoy hablamos de robots de servicio, de autonomía doméstica, de interacción humano-máquina “sin drama”, iRobot ayudó a abrir ese camino. En Andromie Robotics hemos vendido más de 15 mil robots pero con una cantidad de retos todavía enormemente complejos: nada está ganado.

En el mundo de servicios tecnológicos, sobre todo cuando tocamos lo físico, hay una seducción peligrosa: pensar que el crecimiento es una línea ascendente si la tecnología es buena. La realidad es más áspera: crecer significa exponerte a fuerzas que no salen en el demo.

Por eso, hoy no escribo esto como epitafio, sino como reconocimiento. Al equipo de iRobot: gracias por haber empujado una idea que parecía juguete y terminó siendo industria. Y a Rodney Brooks —con esa humildad que desarma— gracias por recordarnos que la innovación no siempre tiene que verse como un androide perfecto: a veces, la innovación más profunda es la que barre la casa… y, de paso, cambia la historia.

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