Donald Trump firma órdenes ejecutivas en el Salón OvalDonald Trump firma órdenes ejecutivas en el Salón Oval

¿Alguien sabe hacia dónde va el mundo?

2025/12/27 11:53

Tenemos una idea cíclica del tiempo y cada diciembre tendemos a ensayar un balance del año que termina. En mi caso, ese repaso del debe y el haber, con la consiguiente proyección hacia el nuevo año, es cada vez más tenue y expeditivo, acaso porque la corriente de la vida se aceleró y cada vez cuesta un esfuerzo mayor darse un respiro en la orilla, tomar distancia y mirar la propia existencia con alguna perspectiva. Hoy hay que nadar, una brazada tras otra, y ya es bastante con mantenerse a flote. La dirección y el sentido son lujos de otros tiempos, a los que, por otra parte, cada vez es más difícil acceder, en una realidad en que las redes han producido el estallido de los contextos y las interpretaciones. ¿Quién sabe hacia dónde va el mundo? ¿Quién es capaz de orientar con alguna certeza la propia vida?

De cualquier modo, intentaré hacer aquí mi balance, no desde la plácida orilla, sino desde una roca providencial que aflora apenas sobre la superficie de las aguas y a la que me aferro para salirme, al menos por un rato, de la turbulenta correntada. Mi roca, obvio, solo ofrece una mirada parcial del río.

Fue el primer año de la segunda presidencia de Donald Trump y las consecuencias de su modo de encarnar el poder se han hecho sentir no solo en Estados Unidos, sino en todo el globo. De visión estrecha, el magnate se cree el centro del universo y ha jugado con instituciones y principios que Occidente alcanzó tras duros aprendizajes y que mantenían, no sin dificultad, un equilibrio que hoy se deteriora a paso acelerado, en la medida en que el proceso afecta la salud de las democracias y el devaluado multilateralismo. Trump es el emergente del río revuelto de una cultura en crisis, de un avance tecnológico que destruye viejos postulados sin ofrecer todavía el perfil discernible de un nuevo orden. Mientras, en la transición, navegamos en el contexto del no contexto y no sabemos dónde desembocará el río, aunque es evidente que este año su cauce se precipitó por un terreno inclinado que aceleró su marcha.

Trump es abstemio, pero su propia jefa de Gabinete señaló que tiene “la personalidad de un alcohólico”, en el sentido de que actúa “con la idea de que no hay nada, pero nada, que no pueda hacer”. En la desorientación actual, la megalomanía del narcisista, que no alberga espacio para la duda y actúa sin registro de los otros, se impone sobre el diálogo y la reflexión. A veces, o cuando puede, también sobre las leyes. Y no solo en Estados Unidos. Durante este año, advierten analistas serios, ha aumentado el número de conflictos en el mundo y se están dando las condiciones para guerras a gran escala.

Aquí sabemos de narcisistas. Tuvimos a los Kirchner, que entre otras muchas malas costumbres se dedicaron, como ahora Trump, a rebautizar con su apellido edificios, calles, monumentos y cuanta cosa encontraran por ahí. Y tenemos a Javier Milei, dueño exclusivo de la verdad -como su amigo americano-, que termina el año endulzado por el resultado de las elecciones legislativas de octubre.

Una buena: tal vez 2025 haya sido el año en que la palabra “ajuste” cambió de signo. Era, hasta hace poco, el oprobio. Hoy es una de las caras de la virtud. Y no está mal, dada nuestra historia de despilfarro y latrocinio, escrita sobre todo por aquellos que venían a reivindicar los derechos del pueblo. Las cuentas en orden han permitido el control de una inflación que venía desbocada. Así, la sociedad empezó a comprender que no se puede gastar más de lo que se tiene, al menos no durante tanto tiempo, y acompañó el ajuste. Mérito de Milei. El próximo debería ser el año de la reactivación de la economía.

Pero este es un gobierno contradictorio. Por momentos parece que su cruzada contra el Estado va en serio. ¿Cómo explicar que Milei –o su hermana, da lo mismo- siga traicionando a Pro y cierre acuerdos con lo más rancio del kirchnerismo, como ocurrió –y no es el único ejemplo- con la integración del directorio de la Auditoría General de la Nación? ¿Entre populismos se entienden mejor?

En lugar destruirlo (o de saquearlo), al Estado argentino hay que recuperarlo. Hoy carece de credibilidad, aquí y en el exterior. Una frase de un editorial reciente de este diario ilustra el problema: “Cualquier nuevo programa u organismo que en otras latitudes serían formas razonables de satisfacer demandas colectivas, en nuestras orillas son botines para el clientelismo y el desvío de fondos”. ¡Cuánto karma acumulado!

Lo importante es no seguir acumulando más. La red de corrupción que la Justicia está desmontando en la AFA del Chiqui Tapia demuestra, por si hiciera falta, que el afano y la defraudación a manos llenas es por estos lares una tradición tan arraigada como la del mate. Acaso 2025 también sea recordado por la caída de ese imperio oscuro montado bajo el amparo del clan Moyano y avalado luego por complicidades de todo tipo y color. También, por el inicio del juicio oral de la causa de los Cuadernos de las Coimas, donde la magnitud del saqueo perpetrado por el matrimonio Kirchner y sus socios queda expuesta en cada audiencia. Todo esto debería convencernos de que la lucha contra la corrupción es la única que podría dar vuelta la trayectoria declinante del país.

No queda espacio para el balance personal. Dejo las columnas del debe y el haber para después y paso directo al deseo de un feliz 2026 para quienes nos encontramos, coincidiendo o no, en esta columna. Aquí estamos, lo que no es poco.

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