La ciencia es clara: comer más fibra no solo mejora la digestión, también impacta en la forma en que nos sentimos. Te contamos cómo funciona esta conexión intesLa ciencia es clara: comer más fibra no solo mejora la digestión, también impacta en la forma en que nos sentimos. Te contamos cómo funciona esta conexión intes

Microbiota feliz: menús ricos en fibra para cuidar el intestino (y el estado de ánimo)

2025/12/11 23:00

Durante años, hablar de fibra era sinónimo de “comer salvado para ir al baño”. Hoy la conversación cambió: sabemos que un intestino bien alimentado puede influir en la energía, el peso, el sistema inmune e incluso en el estado de ánimo. El protagonista de esta historia es la microbiota: ese universo de bacterias y microorganismos que vive en el intestino y que, como cualquier comunidad, necesita comida de calidad para funcionar.

La buena noticia es que, en México, tenemos ingredientes llenos de fibra al alcance de la mano: frijoles, nopales, tortillas de maíz, avena, frutas de temporada, semillas. La mala: la dieta urbana, cargada de productos ultraprocesados, refrescos y harinas refinadas, ha ido desplazando esos básicos del plato diario.

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Intestino y cerebro: una conversación constante

La microbiota intestinal se alimenta, en buena medida, de la fibra que nosotros no podemos digerir. Esa fibra llega al colon casi intacta y ahí las bacterias la fermentan para producir sustancias —como los ácidos grasos de cadena corta— que ayudan a regular la inflamación, mejoran la salud de la mucosa intestinal y participan en la producción de ciertos neurotransmisores relacionados con el bienestar.

Por eso se habla del intestino como “segundo cerebro”: porque está conectado al sistema nervioso central a través del nervio vago y de una red de señales químicas que van y vienen todo el día. Si comemos fibra suficiente y variada, damos material de trabajo a las bacterias “buenas”; si vivimos a base de azúcar, grasas trans y harinas refinadas, esa diversidad se empobrece.

¿Cuánta fibra necesitamos realmente?

La mayoría de las guías coinciden: las personas adultas necesitan entre 25 y 30 gramos de fibra al día. El problema es que, según distintos estudios de consumo, muchos apenas llegan a la mitad. La buena noticia es que no se trata de comer raro, sino de reacomodar lo que ya comemos:

  • Cambiar parte del pan blanco por tortillas de maíz o pan verdaderamente integral
  • Servir frijoles, lentejas o garbanzos de forma regular
  • Añadir una fruta entera (no solo jugo) en el desayuno
  • Sumar verduras y nopales en la comida y la cena
  • Usar semillas y frutos secos como “toppings” naturales

La clave está en la constancia: la microbiota no se “arregla” en un día, pero sí responde a lo que comemos, bocado a bocado.

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